Mis Pasos en la Arena
- Isha

- 22 nov
- 2 Min. de lectura
A las 6 de la mañana, cuando la isla apenas comienza a despertar, camino sobre la arena suave de Providenciales y siento que cada paso es un acto de transformación. La arena recibe mis huellas como si guardara mis intenciones, mis sueños y mi gratitud por un nuevo día. Frente a mí, el mar turquesa se extiende como un portal de infinitas posibilidades, reflejando la luz naciente y recordándome que siempre existe una nueva oportunidad para expandirme.
El amanecer se ha convertido en mi recordatorio diario de que la vida se renueva sin esfuerzo. La primera luz del día cae sobre el agua y algo en mi interior se enciende también. Es una chispa suave, una apertura, una invitación a comenzar de nuevo. Ver el sol elevarse desde el horizonte es ver renacer a mi alma en tiempo real. En ese instante siento cómo cada parte de mí se expande, se despierta y se alinea con mi propósito más elevado.
La quietud de la isla a esa hora me envuelve como una bendición. La brisa fresca acaricia mi rostro y me habla de movimiento, claridad y libertad. El sonido del mar en su ritmo perfecto me recuerda que la vida fluye incluso cuando yo descanso. En cada inhalación siento agradecimiento; en cada exhalación dejo espacio para lo nuevo. Este ritual es mi manera de decirle al universo: “Estoy lista.” Lista para recibir, para crecer, para transformarme.
Caminar a esa hora me conecta con un nivel de presencia que solo ocurre en el amanecer. El cielo rosado, dorado y azul me enseña que la belleza cambia a cada segundo, igual que yo. Mis pasos se vuelven una meditación, un diálogo profundo entre mi cuerpo y mi espíritu. Siento cada célula despertando con la luz, preparándose para expandirse y para vivir el día desde la abundancia y la gratitud.
Providenciales tiene el don de abrirme el corazón. Este paisaje, este mar, esta luz… todo trabaja en armonía para recordarme quién soy cuando me permito sentir. Cada amanecer me recuerda que la vida es un ciclo constante de renovación y expansión; que cada día puedo elegir una versión más plena, más consciente y más amorosa de mí misma.
Ver el amanecer sana, sí, pero también expande, renueva y transforma. Me recuerda agradecer por lo vivido, honrar lo que ya fue y abrirme con entusiasmo a lo que apenas está naciendo. Cada mañana es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para traer más luz, más claridad y más amor a mi vida.
Este ritual de mis pasos en la arena se ha convertido en un ancla de gratitud y un recordatorio silencioso de que siempre estoy renaciendo. Cada amanecer frente al mar turquesa es un mensaje del universo diciendo: “Hoy también es para ti.”



Comentarios