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Mi Relación con la Comida

  • Foto del escritor: Isha
    Isha
  • 20 nov
  • 3 Min. de lectura

Últimamente he estado viviendo una transformación profunda en mi relación con la comida. Descubrí que cada bocado, cada aroma, cada color y cada textura tienen un mensaje para mi alma. La comida dejó de ser un acto automático y se convirtió en un ritual de conexión con la tierra, con mi cuerpo y con mi energía. Cuando me siento a comer, siento que estoy entrando en un espacio sagrado donde la nutrición va mucho más allá de lo físico. Es un encuentro entre mi ser y la abundancia que la Madre Tierra me regala en cada plato.


Me di cuenta de que la verdadera nutrición comienza antes de que el alimento llegue a mi boca. Comienza con la manera en que lo observo, con el aroma que despierta mis sentidos, con la presentación que acaricia mi mirada y con el ambiente que rodea mi experiencia. Cuando cuido estos detalles, mi energía cambia. Mi cuerpo se siente escuchado, mi mente se relaja y mi alma entra en un estado de gratitud profunda. Todo esto se convierte en un abrazo nutritivo que sostiene cada parte de mi existencia.


Entendí que la Madre Tierra me nutre sin importar el estado emocional, mental o físico en el que me encuentre. Su nutrición siempre llega, siempre fluye, siempre se entrega. Lo único que transforma la experiencia es mi nivel de consciencia. Cuando estoy presente, cuando respiro, cuando observo el alimento con gratitud, mi cuerpo recibe esa energía de manera más pura y más amorosa. Siento que cada bocado es un recordatorio de que la vida me sostiene, me acompaña y me ama.


Agradecer antes y después de comer se ha convertido en un gesto poderoso para mi alma. Antes del primer bocado, agradezco a la tierra que lo creó, a las manos que lo cultivaron, a la vida que lo hizo posible. Después de comer, agradezco la fuerza, la energía y el bienestar que ese alimento me entrega. Esta gratitud constante crea una relación más elevada con la comida y con mi cuerpo. Siento cómo mi sistema digestivo responde con suavidad, cómo mi energía se estabiliza y cómo mi espíritu se alinea con el momento presente.


Me encanta pensar en esto como un acto similar a inhalar y exhalar. Respirar es natural, sucede sin esfuerzo, fluye por sí mismo. Disfrutar y agradecer pueden convertirse en ese mismo flujo automático del alma. Así como mi cuerpo respira vida, mi corazón puede respirar gratitud. Y cuando eso ocurre, la comida deja de ser solamente alimento: se convierte en una experiencia sensorial, emocional y espiritual que me eleva.


Comer desde esta conciencia me ayuda a escuchar a mi cuerpo con más claridad. A veces me pide colores vivos, otras veces texturas crunch, otras sabores cálidos. Cuando lo escucho, siento que estoy honrando mi propio ritmo interno. Cada plato se vuelve un diálogo entre mi intuición y la tierra, un intercambio vibracional que me acerca más a mi esencia. Mi cuerpo se siente nutrido, mi mente se aquieta y mi alma se expande.


Hoy, mi relación con la comida es una relación de amor. Amor por mi cuerpo, amor por la Madre Tierra, amor por el momento presente. Me doy permiso de vivir cada comida como un regalo, como un ritual, como un acto de conexión con el universo. Y en ese espacio de presencia, descubro que cada bocado es una oportunidad para recordar que estoy viva, que estoy sostenida y que la tierra me acompaña en cada paso de mi camino.

 
 
 

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