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Honor a Quien Honor Merece

  • Foto del escritor: Isha
    Isha
  • 21 nov
  • 3 Min. de lectura

Con el tiempo he aprendido a mirar una cápsula —ese pequeño objeto que tantos damos por sentado— con una profunda reverencia. Cada vez que tomo un medicamento, una vitamina o un suplemento, siento que estoy sosteniendo en mis manos la inteligencia, el tiempo y la entrega de cientos de seres humanos. Personas que dedicaron años de estudio, investigación, paciencia y propósito para crear algo que pudiera cooperar con el cuerpo humano. Cuando lo pienso así, mi corazón se expande. Me doy cuenta de que detrás de cada cápsula existe una línea completa de almas que eligieron poner su vida al servicio de la salud y el bienestar de alguien más.


Honrar una cápsula es honrar a quienes la hicieron posible. Científicos, médicos, herbolarios, agricultores, investigadores, ingenieros, químicos… cada uno de ellos aportó un pedazo de su historia para que ese pequeño contenedor pudiera mejorar, sostener o transformar la vida de alguien. Para mí se ha vuelto un acto de gratitud reconocer esto. Siento que al hacerlo, mi energía se alinea con la intención amorosa detrás de su creación.


También comprendí que yo formo parte de esta ecuación. Mi estado interno influye en mi experiencia con un tratamiento. Cuando me acerco a un medicamento desde la coherencia, la apertura y la intención de sanar, el proceso se vuelve distinto. Mi cuerpo recibe con más suavidad, mi energía se ordena y siento un acompañamiento más profundo. Cuando lo hago desde el juicio, la resistencia o la confusión, la experiencia cambia. Para mí ya no se trata solo del medicamento, sino del encuentro energético entre lo que ingresa a mi cuerpo y la vibración con la que lo recibo.


He aprendido a tomar decisiones desde la conciencia, recordando siempre que la intuición guía, pero también lo hace el acompañamiento profesional. Para mí es importante honrar ambos mundos: el espiritual y el científico. Si mi intuición siente apertura hacia un tratamiento, lo recibo desde el agradecimiento; si percibo dudas o resistencia, hablo con quienes me acompañan en mi proceso de salud y busco alternativas seguras que también apoyen a mi cuerpo. Esta danza entre ciencia, intuición y consciencia se volvió un arte personal.


También he visto otra cara de la moneda. Hay ocasiones donde ciertos medicamentos generan dependencia. Cuando esto sucede, entendí que el tema no es “el medicamento” en sí, sino la relación que mi cuerpo, mi mente y mi historia emocional crearon con él. Es una sinergia, un vínculo energético que se formó para cubrir un dolor —físico, mental o emocional— que buscaba atención. Cuando puedo ver el origen de ese dolor con honestidad, presencia y apoyo, algo dentro de mí hace clic. Ese reconocimiento abre un espacio interno donde la transformación se vuelve posible.


En ese instante comprendo que mi poder para sanar no se encuentra fuera de mí. Está en mi capacidad de mirar mi historia, de honrar mis procesos, de pedir ayuda cuando la necesito, de abrirme a la presencia de quienes me acompañan y de elegir caminos que sostengan mi bienestar. Sé que existen infinitas posibilidades para sanar, caminos que integran la ciencia, la naturaleza, la energía, la intuición y el apoyo humano. Nunca camino sola; el mundo está lleno de recursos, de herramientas y de seres que desean acompañar.


Hoy, cuando tengo una cápsula en mis manos, siento respeto. Siento gratitud. Siento que formo parte de algo más grande. La veo como un puente entre la inteligencia humana, la sabiduría del cuerpo y la conciencia del alma. La tomo desde la apertura, desde el amor y desde la claridad de que estoy colaborando con mi propio bienestar. Cada cápsula se vuelve un recordatorio de que la vida trabaja a mi favor, de que la sanación es posible y de que siempre existen nuevas formas de volver a mí.

 
 
 

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