El Sueño que Me Mostró Mi Refugio Interior
- Isha

- 23 nov
- 2 Min. de lectura
Una vez tuve un sueño, uno de esos días en los que el alma pide un respiro. Un día en el que deseas escapar por un instante de tu realidad y encontrar un lugar seguro donde puedas descansar, soltar y volver a ti. A veces creemos que ese espacio no existe, que no hay forma de llegar a él, que está demasiado lejos. Ese día descubrí que mi refugio no estaba afuera; estaba dentro de mí. Y quiero contarte cómo lo encontré.
Cerré los ojos aun cuando el caos seguía presente a mi alrededor. Respiré hondo y me dejé caer dentro de mi imaginación como si fuera un abrazo. Me visualicé dentro de un cilindro, un espacio circular, protector, silencioso. Cuando “abrí los ojos” dentro de ese sueño, lo único que podía ver era el interior del cilindro, y ahí fue donde comenzó mi creación. Era mi espacio, y mi alma sabía exactamente qué necesitaba construir.
A mi izquierda apareció una pared llena de cuarzos de colores, cada uno más vibrante que el otro. El piso se transformó en arena blanca, cálida y suave, como la de una playa que solo existe en mis memorias ancestrales. Me puse de pie y di unos pasos, y mis sentidos se encendieron todos al mismo tiempo. Mis manos tocaron los cuarzos y, en ese instante, sucedió algo mágico: cada cuarzo emitió una melodía distinta. Era como si la pared estuviera viva y me hablara a través del sonido. Era música hecha de luz.
Mi cuerpo comenzó a vibrar, a llenarse de una alegría pacífica que brotaba desde adentro. Una sonrisa apareció sin buscarla. Sentí mis pies hundirse en la arena con una conexión tan profunda con la tierra que me estremeció de gratitud. Ese cilindro de luz empezó a expandirse, como si respondiera a mi vibración. La arena ya no era solo un piso: se convirtió en una playa inmensa, iluminada, libre.
Frente a mí apareció el mar. Un mar que conocía mi nombre. Un mar que me reconocía. Las olas se movían con un ritmo perfecto, y de pronto, como un regalo divino, comenzaron a pasar tortugas marinas, flotando con una suavidad que me hizo sentir acompañada y guiada. Todo era tan real que podía sentir la brisa, escuchar el agua y percibir mi cuerpo relajarse en una profundidad que pocas veces había experimentado.
Este espacio lo creé yo. Nació de mi necesidad de respirar, de recordarme que siempre tengo un lugar donde regresar. Desde ese día, entro en este refugio cada vez que necesito una pausa, un respiro, una reconexión conmigo misma. Y siempre recuerdo que este espacio es mío. Me pertenece. Me sostiene. Me libera del tiempo y del espacio. Ahí no hay prisa. Ahí solo existe expansión.
Este sueño me enseñó algo invaluable: sí es posible viajar sin moverse. Sí es posible crear un refugio interior tan real que el alma lo reconozca como hogar. Por eso te comparto mi experiencia. Para invitarte a crear tu propio espacio, tu propio cilindro, tu playa, tu templo, tu universo.
Ese lugar existe para ti. Solo necesitas cerrar los ojos, respirar y permitir que tu esencia lo diseñe. Cuando lo encuentres, será tu tesoro eterno. Tu pausa sagrada. Tu mundo seguro. Tu punto de regreso. Tu libertad.



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