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El Desapego

  • Foto del escritor: Isha
    Isha
  • 21 nov
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 22 nov

He estado reflexionando sobre el abandono, no desde el dolor inmediato que suele despertar, sino desde una perspectiva más amplia, más espiritual, más amorosa. Un día, mientras observaba una nube, me di cuenta de algo hermoso: cuando la miramos, solemos ver formas, figuras, historias. La admiramos y quizá nos captura por un momento entero. Pero cuando la nube madura, cuando está lista, se convierte en lluvia. Las gotas caen a la tierra y se separan de ella. Y sin embargo, ¿realmente lo vivimos como abandono? ¿O es expansión? ¿Es evolución? Esa gota que se desprende inicia un camino nuevo, nutre la tierra, alimenta la vida, se evapora y regresa a ser parte de la nube más adelante. Nada se pierde; todo se transforma.


Esta imagen me llevó a pensar en la historia humana. En cómo, cuando alguien se separa de nosotros, solemos interpretarlo como abandono. Sentimos que algo se rompe dentro, que algo se va para siempre, que se cierra una puerta sin aviso. Sin embargo, cuando observo más profundo, me doy cuenta de que muchas veces no es abandono, es movimiento. La otra persona sigue su camino, igual que la gota que cae de la nube. Pero cuando yo elijo llamarlo abandono, la energía que coloco en ese momento la regalo sin querer. Le entrego mi dolor, mi sensación de pérdida, mi interpretación, y esa carga se queda flotando entre ambos. Su camino deja de ser libre para moverse y regresar, y mi corazón deja de ser espacio abierto para recibir o dejar ir con claridad.


Desde mi punto de vista, el abandono real ocurre solo cuando algo desaparece abruptamente de la vida sin ninguna señal, sin palabras, sin despedida. Cuando no hubo tiempo para cerrar, para honrar, para decir gracias. Ahí es donde el alma siente un vacío que necesita ser sostenido, atendido y comprendido. Pero cuando existe una despedida, por más breve o suave que sea, ya no lo percibo como abandono. Es una transición. Una evolución. Un movimiento sagrado en el camino de dos almas que siguen aprendiendo.


Aprender a vivir en coherencia con la separación se volvió un proceso personal para mí. No es un rechazo, es una aceptación amorosa del flujo de la vida. Entendí que nada ni nadie me abandona si hubo un cierre, si hubo un gesto humano, si hubo un adiós. La despedida es un acto de amor que honra el vínculo y permite que ambas partes sigan su camino con libertad. Y, al igual que la gota que regresa a la nube, las almas que se separan desde la conciencia siempre encuentran la manera de reencontrarse desde un lugar más elevado.


Hoy elijo ver la separación desde un espacio más amplio. Ya no como pérdida, sino como movimiento. Como transformación. Como expansión. Y desde ese lugar, mi corazón permanece más ligero, más abierto y más en paz con el flujo natural de la vida.

 
 
 

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